No hace mucho que nos conocemos pero siento que ya estoy en condiciones de decir frases como "pibe, esto está jodido", "café era el de antes" o "ésta yo ya la vi". No quiero que creas que peco de soberbio o que me pienso un gran profesional. Nada de eso. Sólo que ya puedo reflexionar ciertas cuestiones que, creo, serán moneda corriente con el paso del tiempo.
A considerar esta situación: Llamo por una nota a un ejecutivo de una importante empresa y me responde: "Estoy entrando a una ponencia de dos horas. ¿Me podés llamar en dos horas?". Allí mismo pensé: "¿Sabrá este buen hombre que las noticias tienen un componente de inmediatez?". Porque quizás es simplemente un ingenuo, que piensa que la realidad lo espera a él, a sus tiempos, a su ritmo lento. Como te imaginarás, querido periodismo, le pedí que me respondiera las clásicas "dos o tres preguntitas" y que, al cortar, brindara la mejor ponencia del mundo. Dicho y hecho. Me respondió y cada uno siguió con su vida.
Sin embargo, en estos tiempos que corren, el invento del e-mail, tan práctico, higiénico y veloz, se volvió un arma de doble filo. El spam, los correos de publicidades de hoteles en Dubai y los descuentos en papas fritas inundan mi casilla a diario. Para que te des una idea, antes de despedirme de mi jornada laboral, me quedaron 22 cartas electrónicas por abrir. A veces pienso que soy cartero y que eso no es una redacción, sino las oficinas de Correo Argentino.
Sin más, se despide tu amigo.
P.D.: No te olvides lo que me prometiste.
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