Despreocuparse por dónde doblar. Ser alertado de los lomos de burro invisibles para el ojo humano. Escuchar advertencias por zonas escolares, radares vigilantes y fotomultas al acecho. Todo eso brinda el excelente invento llamado GPS pero... la gallega es una histérica.
Uno va circulando tranquilamente y descubre que ya sabe cómo ir. Sin embargo, la señora sigue insistiendo que doblemos a la izquierda, retomemos a la derecha, frenemos en el medio de la 9 de Julio, subamos a la vereda con tal de llegar como ella quiere llegar.
Lo mismo sucede con las velocidades. El aparato advierte que la "máxima es 70". Lo repite. Lo vuelve a decir. Un poco más y manda un mail contándome cuál es la máxima. No se da cuenta que voy a 40 en tercera. Pero me lo vuelve a repetir. Dan ganas de agarrar la pantalla y ponerla contra el velocímetro para que vea que voy a ¡40 putos kilómetros y en punto muerto! La máxima es 70. Andá a cagar.
- Doble a la derecha. -Pero hay casas, no hay calle. -Doble a la derecha. -Y dale con que doble a la derecha. Debe pretender que me meta en un living para ver cómo va el partido o saber si ya empezó Graduados.
Todas esas fallas compensan con dos virtudes: a falta de certezas, lo sigo adónde sea; me dice dónde me hacen multas. Oh, yeah.
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