jueves, 15 de marzo de 2012

Llegás al velorio...

y te das cuenta de que es la sala de al lado. Caminás por el pasillo y entrás al lugar indicado. No tardás mucho en volver a cagarla. "¿Cómo estás?", le preguntás a tu amigo. "Y... mal". Claro, se le murió la madre.

Tratás de bajar el perfil de exposición y vas a la cocina. Tirás el café y la tía con pantalón blanco se agacha a limpiar el piso. Ahora también hay que limpiar a la tía.

Salís de la cocina y vas a ver al muerto. Está hecho mierda.  Se acerca la tía-abuela y se apoya en el cajón. Al instante te encontrás atajando el ataúd.

La prima juguetona se acerca de atrás y te hace cosquillas. Pegás un salto y te vas sobre las coronas. Todas se van al piso, menos una que le queda de sombrero al tío Roberto. Por suerte el tío estaba relojeando a la empleada de la cochería.

Acompañás a todos al entierro. Cuando llegan al lugar donde reposará el cuerpo se dan cuenta de que el cajón no entra en el agujero. Los dos paraguayos cava-tumbas sacan un poco más de tierra sobre tus zapatos. Bajan el ataúd... no entra. Sacan un poco más. "Ahí va bien", decís ni bien lo bajan. Te escucha la primita y se aleja. Chau. Te enterraste.

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