Parece ser
que Dios, después de crear las hermosas montañas, los ríos transparentes, la
nieve como nubes y el sol radiante dijo: “Se me fue la mano, bue, le pongo un
par de argentinos y compenso”.
El
habitante de este territorio es, por naturaleza, un chanta. Pero no uno
cualquiera, sino un charlatán alegre, agradable y simpático. Hablar con él es
hablar con Dios. Él te escucha, obviamente, pero sólo para retrucarte con sus
habilidades.
“Sabés el asado que te hago”, dice sin ninguna
vuelta. Y a eso le suma una anécdota ilustrativa: “Yo una vez, estaba en
Pinamar con mis suegros…”. De esta forma, enrolla a su víctima en una historia
sin remate, pero que deja en claro que él es el mejor.
Este
personaje, habitué de las pampas húmedas, y que sostiene que la soja es lo
mejor que hay pese a no haber pisado nunca una verdulería, es el primer crítico
y, curiosamente, el causante de sus críticas.
“Mirá cómo
cruza, después pasan las cosas”, se queja el automovilista, que después deja el
auto en doble fila y se manda un pique para comprar Marlboro de 10.
Lo mismo pasa con el mundo de la envidia. Las esposas no dudan en presumir sus vacaciones en Brasil en la puerta del colegio, mientras esperan que la maestra –que se dignó a dejar el paro- largue a su hijo. Sucede algo curioso: para el argentino promedio, ir a Brasil es señal de tener plata, mientras que a Punta del Este van los “sorry, gordi”. Nunca se va a entender esta distinción, pero entra tranquilamente en la pelotudés del argentino promedio.
Lo mismo pasa con el mundo de la envidia. Las esposas no dudan en presumir sus vacaciones en Brasil en la puerta del colegio, mientras esperan que la maestra –que se dignó a dejar el paro- largue a su hijo. Sucede algo curioso: para el argentino promedio, ir a Brasil es señal de tener plata, mientras que a Punta del Este van los “sorry, gordi”. Nunca se va a entender esta distinción, pero entra tranquilamente en la pelotudés del argentino promedio.
El mismo
argentino es el que, sin darse cuenta, va a votar. Lo peor es que lo hace
creyendo que sabe lo que hace. Va y vota como quien va y cruza el semáforo en rojo –otra debilidad del argentino-. ¿Cuál es el resultado? Menem presidente,
Duhalde presidente, Kirchner presidente… ¿Qué viene después? “Yo no lo voté”, “Lo
votan los villeros”, “Hubo fraude”.
¿Cambiará alguna vez el argentino? Salgamos a la calle y preguntémosle a cualquier taxista a ver qué nos dice.
- Este país no tiene arreglo.
¿Cambiará alguna vez el argentino? Salgamos a la calle y preguntémosle a cualquier taxista a ver qué nos dice.
- Este país no tiene arreglo.
- ¿De
ninguna forma?
- Sí,
que vengan los chinos a trabajar, viste cómo trabajan.
- ...
- O
los militares, se arregla todo.
- …
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