Me levanto cada mañana y lo único que escucho son quejas y dudas. Están los que me agradecen pero son los menos. Del otro lado tengo a los cuestionadores seriales: "¿Por qué me pasa a mí?", "¿Qué hice yo para merecer esto?", "¿Cuándo se va a terminar?". Bueno, muchachos, jódanse, qué quieren que les diga, se creen que acá arriba se la pasa bien y no es así. ¿Saben cuántos imbéciles se arrepienten de sus pecados en el último momento y terminan en una nube? Tengo más ex presidentes a mi lado de lo que la gente suele creer.
Pese a las críticas, trato de desayunar rápido y ponerme a trabajar. Con todos los avances científicos, tengo que crear nuevas trabas biológicas para frenar el trabajo de esos genetistas metidos. Generalmente les invento multiplicidad de respuestas, así no pueden llegar a nada concreto, pero lo cierto es que van tan rápido que un día de estos van a explicar que yo no existo. Y todavía tengo una hipoteca que pagar, no puedo perder el trabajo.
Muchos no lo saben, pero hay veces que no almuerzo. Me siento un africano, pero es así. Se me va un tiempo precioso intentando que no talen los bosques, no maten chicos y no metan la mano en la lata. Cuando quiero evitar una violación, otro se está robando un Fiat 600 en Lanús; cuando colaboro para apagar un incendio, un chiflado se me tira desde el puente de San Francisco. Hago lo que puedo. No estoy en todos lados. Es mentira que soy omnipresente. Los publicistas mienten, deberían saberlo.
Por la noche trato de relajarme y ver un poco de televisión. Tengo más de 6000 canales en 35 lenguas y nunca encuentro nada. Ya me cansé de ver Gran Hermano India. Y si vuelvo a escuchar algo sobre Messi o ver un programa de archivo juro por mí que desato la Tercera Guerra Mundial con armas bioquímicas.
Finalmente llega la hora de dormir y tengo que conciliar el sueño con 3000 millones de personas pidiendo por su perro, por su tía, por su equipo de fútbol... La verdad es que no los entiendo: ¿Para qué creen que inventé las armas? Arréglense solos.
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